Por: Giselle Deñó
La Corresponsal de InteRDom, Giselle, ha completado el primer año de su licenciatura en ciencias políticas en Sciences Po, en Reims, Francia. Está participando en el programa Estudiantes Internacionales Dominicanos 2013, de 10 semanas de duración.
Contar los días que me quedan para volver a la isla en un calendario que no existe ha sido insoportable. Me he estado torturando con el pleno conocimiento del día en que pondré de nuevo los pies en el suelo que me vio nacer, mi desarrollo y, más tarde, mi partida. Todo el mundo se dice a sí mismo: «No voy a pensar en eso», y es lo único que termina dándole vueltas en la cabeza. El sol que está tan cerca que casi puedes tocarlo, las olas que golpean la orilla con un sonido armónico, la sonrisa de la gente en todas partes a medida que siguen adelante con sus vidas, y el ritmo de la música que me enseñó a mover las caderas de derecha a izquierda, son sólo unas pocas de los millones de cosas que estoy añorando.
Actualmente estoy pálida, he adelgazado un par de libras, tengo bolsas debajo de los ojos, y camino con un ritmo rápido a pesar de que estoy agotada. Noches sin dormir estudiando, días que iban y venían en los que nunca vi la luz; el frío que se coló en mis huesos y me hizo temblar y castañetear los dientes; las tareas domésticas que fueron indiscutiblemente agotadoras; no es sólo que he cambiado de lugar sino también las historias inimaginables sobre mi vida, mi personalidad, mis gustos.
Esto no quiere decir que la República Dominicana sea mejor que Francia, lo cual es una afirmación contra la que me puedo encontrar innumerables argumentos. Me he convertido en adulta, he visto paisajes y experimentados diversas culturas, he probado la cocina de vanguardia (nouvelle cuisine), he aprendido a hablar diferentes idiomas; no es eso lo que yo quería hacer cuando era una joven adulta en mi casa antes de emprender mi viaje? Tengo miedo de decir que la respuesta es sí; sí, mis ambiciones y deseos eran todo lo anterior y no han quedado inconclusos. Pero todavía queda la última pieza del rompecabezas que no encaja, la pones al revés, hacia el interior, la haces girar 180 grados y todavía no funciona. Es como si yo hubiera sido construida de una manera en la que sólo puedo funcionar a máxima capacidad mientras estoy en mi hábitat natural, pero no hace falta decir cuán reacia estoy de parar de ser una nómada.
Siendo nómada he aprendido a ver la belleza en cada detalle, a apreciar el aire que respiro y los lugares que visito, aunque no sean mi casa. Lo creas o no, puedo encontrar semejanzas a mi alrededor; los objetos, las personas y los lugares que se parecen mucho a los que ya me había acostumbrado.
La mujer de la panadería justo en frente lleva el mismo delantal que la mujer del colmado a la vuelta de la esquina.
Las crêpes que como cuando termino con mis tareas escolares saben cada vez más como el sancocho que mi madre me ofrecía después de un duro día de trabajo.
Los huelguistas franceses que paran el tráfico y que luchan por mejores condiciones de trabajo son una imagen familiar de todos los dominicanos que se quejan acerca del gobierno por la televisión.
Cuando camino por los Campos Elíseos, las piedras de la calzada se parecen a las que pavimentan La Zona Colonial.
Incluso la Torre Eiffel bajo un cielo azul turquesa me mira y me invita a hacer una peregrinación hacia la Iglesia de la Altagracia.
No me había dado cuenta de cuánto tiempo he pasado escribiendo esto. Ahora que miro el reloj que está colgado en la pared, me está gritando: ES HORA DE VOLVER A CASA.
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